JANDEL DE TURMADÉN
Jandel nació en la Ría Alta, en la Comarca, una región relativamente montañosa donde se forma el rio Biffur a partir de un gran número de apacibles arroyos. La zona, boscosa y poblada por infinidad de animales, es lo que los humanos llamarían un lugar armónico para el retiro espiritual y alcanzar la paz del alma, algo que los hobbits poseen de forma innata. Normalmente los hobbits nacen y perecen en estos entornos, pues parece ser voluntad de los dioses que no se entremezclen en la eterna lucha entre el bien y el mal que agita continuamente el mundo.
Sin embargo los dioses son caprichosos y a veces es su voluntad que un inofensivo carnero tenga un papel fundamental en las luchas entre lobos.
Desde muy temprana edad sus padres se percataron de la desmesurada obsesión de Jandel por la exploración y por todo tipo de proyectiles. Cuando aprendió el manejo del tirachinas, sus padres dejaron de necesitar comprar carne pues Jandel conseguía perdices, patos, liebres incluso zorros sin ningún tipo de problema.
Sin embargo fue con el arco con lo que su fama comenzó a crecer. Los pocos torneos de tiro que se organizaban en la comarca eran como un juego de niños para él. Sin embargo la preocrupación de sus padres iba en aumento conforme crecía, puesto que sus expediciones eran cada vez más largas, y la supuesta calma que debía ir adquiriendo con el paso de los años no llegaba.
La madre de Jandel, Kira, era una devota dedicada a la vida religiosa. En su aldea se profesaba la religión principal del pueblo hobbit, el culto al dios Bambul. Se trataba de un dogma muy pacifista y aislacionista. Kira intentó que su hijo se involucrase en esta creencia, y aunque Jandel la aborrecía, no quería hacer daño a su madre y obedecía a regañadientes.
Un día de invierno, Jandel se embarcaría en una excursión que le marcaría para el resto de su vida. Su aldea se encontraba rodeada por 5 montañas. La más septentrional y de mayor altura era la única que nunca había coronado, pues su pico era terriblemente vertical, escarpado, y poblado por unas salvajes cabras montesas que despeñaban a cualquier persona o animal para alimentarse después de él.
No fue sólo la inmensa curiosidad que habitaba en éste hobbit, tras ver por tercera vez un tímido atisbo de humo que surgía de un costado del pico, lo que le hizo decidirse a subir allí, fue también un inexplicable, irracional y casi magnético impulso de avanzar en pos de aquella meta.
Tras danzar con la muerte en su camino hacia la Ascensión, se encontró en un inhóspito y pedregoso pico, inmerso en densas nubes. Allí encontró el águila y el ermitaño. El viejo hobbit se encontraba tumbado con su mirada perdida en el cielo. Sus ojos, hundidos y oscuros, parecían dos pozos que miraban hacia dentro más que hacia afuera. Poseía una poblada y larga barba inusual en los hobbits. Se levantó y, como si aquel encuentro no le extrañase lo más mínimo, le habló así:
“¡El niño sube en busca del águila sin siquiera haberse erguido sobre sus patas traseras! Uno debe convertirse en hombre para poder ser niño después otra vez! Tu visita es temprana, pero ES, y eso es lo importante. Mi nombre es Zaratustra, y mis ojos lo ven todo desde aquí arriba. Veo a través de estas nubes que tu visión no puede atravesar. Veo a través de todas las máscaras que ocultan a todos los seres que han adquirido razón.
Te ayudaré matando con un oxidado puñal al dios que pudre tus entrañas. Debes olvidar el sermón pesimista del dios único que se te ha impuesto, y crear tu propia moral sirviendo al dios que tu voluntad te dicte en cada suspiro de tu vida. Esto te dará poder y fuerza, para después poder romper las cadenas. Politeismo lo llamáis allí abajo. Aférrate a el.
También deberás escalar las montañas, cruzar los ríos y adentrarte en los bosques. Deberás empuñar el acero y tensar el arco. Mirarás a la bestia y al demonio a los ojos. Visitarás hombres bárbaros del desierto y enanos de las entrañas de la tierra. Te seducirá la armonía élfica. Incluso te asomarás a la tierra del mal elemental. Después, cuando hayas cargado sobre tus espaldas todo el peso del mundo, deberás volver a verme.”
Tras aquel encuentro, la turbación invadió la mente de Jandel. Amaba a los hobbits y sus inocentes vidas, pero sabía que debía partir sin más demora. A sus espaldas llevaba 22 primaveras.
Los siguientes años de su vida los pasaría explorando los vestigios del antiguamente glorioso reino de Arnor, en el norte de Eriador.
En sus ruinas descubrió el antiguo arte de la escultura, tanto en piedra como en cobre, de aquel reino humano que encarnaba tan nobles ideales. Fue en estas tierras donde conoció a los montaraces errantes del norte, decían ellos ser descendientes de los antiguos Dunedain. Ellos le dieron conocimientos sobre la raza humana, hoy en día corrupta y desnaturalizada. Le contaban que los antiguos Dunedain poseían tierras y hombres en función de su valor y nobleza, no de su linaje. Si un hombre portaba huestes, era porque era querido por sus hombres, porque estos veían en él un guía y salvador.
Le dijeron que si quería luchar contra el mal elemental, debería viajar al sur, a los rancios reinos feudales que eran ahora el motor del mundo. Erengrad, dirígete a Erengrad y sálvales de ellos mismos y de Mordor.
Tema: Historia de Jandel 
Dom Mayo 09, 2010 6:18 pm
